viernes, 10 de noviembre de 2017

El mensaje de la opresión, de Puigdemont

Cuando se agota la vía del diálogo convencional una de las opciones es trasladar las peticiones a una instancia superior con competencias en el área. Es lo que ha hecho el cesado gobierno de Puigdemont. Agotadas las vías de negociación con Rajoy, su gabinete de crisis optó por internacionalizar su mensaje, trasladando el conflicto más allá de las fronteras, buscando apoyos de países o instituciones supranacionales y nuevos altavoces mediáticos que le permitan justificar sus acciones. Todo ello para propiciar un efecto rebote que justifique sus actos pasados y, de paso, aminore las posibles consecuencias.

El plan no es fruto del azar; por el contrario, obedece a una estrategia bien planificada. El gabinete de crisis elige la capital de Europa, Bruselas, como trampolín y escenario principal. El centro administrativo de la Unión Europa está aquí y, por ello, los principales medios y agencias de información tienen a periodistas desplazados permanentemente con la misión de cubrir la actualidad que se genera.

La capacidad políglota de Puigdemont, capaz de comunicarse de forma fluida en inglés y francés, es esencial para transmitir -en primera persona y sin intermediarios- dos mensajes básicamente: “Derecho de autodeterminación” y “opresión”. Con ellos se pretende influir en el carácter protector y solidario que se intuyen como básicos en la base de funcionamiento de las instituciones europeas y en los ‘citizens’ solidarios con este tipo de causas.

Para conseguirlo, Puigdemont habrá estado disponible (y se habrá ofrecido) a todos aquellos medios de información que quieran oír su mensaje. A fin de cuentas, el conflicto, la huida, una posible ‘represión’, son ingredientes que venden muy bien, periodísticamente hablando.

Si el mensaje que se transmite es parcial y no hay demasiado conocimiento del funcionamiento de la Ley en España no es difícil comprender que a una parte de Europa se le haga raro que un Gobierno democrático no permita convocar unas elecciones o que, incluso, encarcele a los promotores de la misma. Más cuando los suizos y los nórdicos, por ejemplo, disponen de sistemas que les permiten votar sobre un sinfín de cuestiones; o contemplamos la realidad de una Alemania dividida en 16 Estados, cada uno con su propia Constitución. Por eso, no es raro que, si se manejan bien los contenidos a transmitir, se pueda pensar en un posible caso de represión.

¿Lo ha conseguido? Pues, de momento, parece que no. Para conseguir que una estrategia de este tipo tenga éxito es necesario conseguir el apoyo suficiente para que la presión aumente, de tal forma que la parte a la que se pretende convencer o influir, en este caso el Gobierno de Rajoy, no tenga más remedio que renegociar alguna salida aceptable para todos los implicados.

Al final, aunque esto forme parte más de las Relaciones Internacionales que de la Comunicación, las vinculaciones entre países (y sus decisiones) se tornan corporativistas. Se suele cerrar filas ante elementos que pudieran entrañar un peligro para la cohesión. Lo normal es que una mayoría dé su apoyo explícito al Gobierno de España pero, no obstante, la decisión de internacionalizar el conflicto influirá en que se estudien con mucho más cuidado los pasos que se asuman y, previsiblemente, las posibles represalias que se adopten serán menos duras; a fin de cuentas tienen sobre sí el foco de la actualidad internacional.