viernes, 2 de septiembre de 2016

Los que empiezan a trabajar a las 4 a.m.

Dicen que algunas personas, sobre todo estadounidenses, comienzan a currar a las cuatro de la madrugada. No son vigilantes en un gran almacén, ni basureros o gestores de residuos, como eufemísticamente subtitularía el programa de citas televisivas “First Dates” para dar detalles de quienes desempeñaran este último trabajo; se trata de altos directivos que ven en la madrugada un espacio sin interrupciones, silencioso, con todas las ventajas para poder concentrarse y obtener el mayor rendimiento posible a su jornada.

Algunos, incluso, hacen deporte un par de horas después de levantarse a esas horas (recuerdo que para trabajar) y, después, se van a la oficina para comenzar el día como el resto de sus empleados. Para conseguir ese grado de vigilia pueden llegar a seguir dietas del sueño, torturas que consisten en dormir un periodo máximo de cuatro horas y media y dos siestas, a lo largo del día, de veinte minutos cada una.

Yo, la verdad, es que desde que me tengo que levantar algo antes de las seis, al final del día ya no soy persona. De eso hace sólo un mes pero me parece un siglo. Almuerzo como una hiena, devorando y tarde; he dejado de ir a nadar (tengo piscina en la urbanización, no me suponía mayor esfuerzo y, además, me venía muy bien); me echo la siesta pero no me viene a cuento, al final me levanto a las siete, con la sensación de haber perdido gran parte de la tarde y parece como si no hubiera descansado nada.

En consecuencia, he engordado visiblemente, es decir, ya no lo puedo ocultar a nadie que me mire con cierto detenimiento, por muy amplias que sean las camisas que me ponga. He tenido que acudir a la descarga de series para poder tener algo de distracción que ver antes de las once de la noche, que es la hora a la que me suelo acostar (si tengo un brote de locura, a las once y media). Las salidas para tomar algo entre semana se terminaron (hay que recordar que estamos en verano), y es que no tengo ni fuerzas para arrastrar mi cuerpo hasta la terraza de un bar. Y los fines de semana no me dan para recuperar el gas perdido durante los seis días anteriores.

Debe ser cosa de la genética, quizás de la edad, las costumbres, la influencia de los astros o los biorritmos; lo cierto es que estos madrugones me están matando. Del sexo, ni hablo; me pasa como con la actualización de este blog, tengo que mirar la fecha del último post para recordar la última experiencia. Espero que los 'elegidos' con los que comparto estas últimas, y gratas, experiencias no me lo tengáis muy en cuenta.

1 comentario:

José Luis Muñoz dijo...

Sí, lo tenemos muy en cuenta.

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